¡Nos mudamos!

Queridos lectores,

La causa del abandono de La Repatriada es una nueva migración. He dejado México y regresé a mi patria adoptiva. A pesar de extrañar los ensayos pseudo-antropológicos, decidí abrir un blog de imágenes de arte y diseño que me ayudan a desarrollar mi continuo estudio de imágenes y artistas.

Si pasan a visitarme ahí encontrarán un blog rico en imágenes. El objetivo es tener un blog dinámico, digerible y atractivo visualmente. Espero lograrlo.

Ahora pueden encontrarme (más silenciosa, más visual) en Antena

Por favor pasen a saludar, porque me gustaría encontrarlos de nuevo.

La Ex-Repatriada

El Cht!*

He estado pensando en este post por varios días. Todo porque un día en el metro la señora sentada al lado de mí quiso llamar al tipo que vendía las paletas, y en vez de llamarlo o hacerle alguna seña, abrió la boca, paró la trompa y este ruido salió de entre sus labios: “cht!

Está por de más decir que el vendedor de paletas detectó este ruido por encima de los miles de otros ruidos que habitan ese mundo subterráneo, y se dirigió en línea recta hasta la futura come-paleta.

Personalmente, no soporto que la gente me llame con un cht!, pero noto que es parte de un lenguaje nacional, y su significado ha sido tácitamente acordado por todos los habitantes: “hey tu”.

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La música en vivo.

Como todos los días en un restaurante familiar, de esos económicos que tienen el menú fijo, donde ya me conocen y me preguntan cómo está mi familia. Normalmente es bastante tranquilo y puedo dedicarme a la lujuria estomacal acompañada de una buena lectura para distraerme de mis actividades laborales por una -corta pero bien apreciada- hora.

Sin embargo, una vez al mes, como la peor de las plagas, como la menstruación de las señoritas, como la siniestra luna llena,  escucho a mis espaldas el más terrible sonido que oídos humanos puedan escuchar: los acordes de una guitarra y una voz gargajienta de alguien que en un hilo contínuo de voz se presenta, se disculpa por la intrusión y comienza sus alaridos.

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Los besos.

Enfrente del lugar donde trabajo hay un parque. Sentarse en una de sus bancas para descansar unos minutos es imposible; siempre están todas ocupadas. Desde mi ventana los veo todos los días: hombres y mujeres, hombres y hombres, mujeres y mujeres, que se besan apasionadamente, sentados, horas y horas. Seguir leyendo

El Agua.

Ya se viene el agua, dicen las doñas mientras se despiden apresurádamente antes de correr a casa a quitar la ropa del tendedero. Y yo no me acordaba que en México lloviera tanto. Practicamente desde junio hasta octubre, todos los días llueve. ¡Mitad del año!  Y es que aquí no llueve como en Europa: chipi chipi todo el día, o bien, una tromba potente y de un minuto de duración.

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El Vagón de Mujeres.

Afortunadamente en la Ciudad de México, en algunas líneas de metro y en algunos horarios, existen dos vagones reservados exclusivamente a personas del sexo femenino, niños y personas con necesidades especiales. Esto nos permite viajar con la tranquilidad de que si alguien nos toca la nalga, será una lesbiana con quien podremos medir fuerzas, o un cojo que no escapará velozmente.
Yo tengo la oportunidad de subir a estos vagones todas las mañanas, y después de horas de concentración y sagaz análisis he logrado dividir a los pasajeros en las siguientes categorías:

  • La empujona.- El vagón ya está lleno a más no poder; todas las féminas nos apretamos unas a otras tratando de no alejarnos demasiado de alguno de los tubos que evitan un efecto dominó si alguien se cae. Es cuestión de segundos para que las puertas se cierren y podamos aflojar las panzas, partiendo a nuestro destino. Suena el silbido que anuncia el cierre de puertas y… es entonces que hace su aparición La Empujona.                                Se le distingue por la mirada de determinación que lleva en los ojos. Al principio es recibida con negación: «No hay forma de que alguien crea que puede caber aquí». Después sigue la incredulidad: «¿En verdad esta señora cree que puede entrar aqui?». La Empujona se acerca a la puerta con la típica posición de piernas abiertas bien plantadas en el piso, brazo doblado en un ángulo de 90 grados para poder abrirse paso con los codos. Pone la punta de un pie adentro del metro y empieza un frenético baile en el que se sacude, codea, empuja con las nalgas, busca espacios libres entre los pies de las demás. Las demás la miramos con coraje e incrudulidad, esperando que las puertas se le cierren y la lastimen, y poniendonos rígidas para que no nos empuje. Lo sorprendente es que Las Empujonas logran siempre su cometido y, cuando se cierran las puertas, dan un ultimo empujón general a las demás usuarias y emprenden su viaje con satisfacción y serenidad.

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Los Sonidos.

La Ciudad de México ofrece una extensa variedad de sonidos típicos de su urbe. No, déjenme corregirme: una infinita variedad de sonidos típicos. He elaborado una lista en la que se pueden identificar los sonidos que todo ciudadano ha escuchado repetidamente a lo largo de su estancia en esta gran mancha urbana:

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Los Olores.

Para qué crearles falsas esperanzas: en este post voy a hablar muy mal de mi país. No voy a tocar los olores de copal, ni el del cilantro apenas cortado, ni el de las tortillerías. Y es que hay que reconocerlo: México tendrá olores ricos, pero casi todos se encuentran escondidos bajo la melma de hedores de ciudad. Basta caminar por cualquier calle para que distingamos el delicado olor del escape del pesero que nos tosió en la cara, los vapores de carne de perro que están cocinando en el puesto afuera del metro, o bien, la esencia de fruta podrida que exhalan las banquetas de nuestra ciudad. Si nuestra ciudad fuera una calcomanía rasca-huele, tendría el olor que dejan los mercados cuando se van: fruta vieja mezclada a basura y desagüe.

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El Diminutivo.

¿Qquiere decir exactamente la palabra «ahorita»?

«Ahora» significa el periodo presente de tiempo; pero es posible una versión mini-me de éste?  Un minutito tiene menos segundos que un minuto? ¿Un cieguito ve más que un ciego, o bien, es más amable? La palabra «indio» es mal considerada un insulto que denota mal gusto o poca educación, pero si  se habla de un indígena, entonces la costumbre es usar el diminutivo para sentirse mejor consigo mismo: «Dale unas monedas a la indita». Es dificil imaginarse a unos «inditos» corriendo con metralletas por los cerros de Acteal, ¿no? Lo mismo pasa con los «cojitos» y los «viejitos».  Puede ser que el  anciano en cuestión sea un auténtico cabrón, de esos que roban dinero a sus hijos y pretenden vender a los nietos. Pero sigue siendo un «viejito». Aaay, un viejito.

¿Y qué decir del macho revolucionario, hombre peludo, robusto y con balas adornando su pecho, que le pide a su «madrecita» que le prepare unos «frijolitos»? ¿De dónde viene esta costumbre mexicana de usar el diminutivo? Y, sobre todo, ¿por qué tenemos esa impresión de que usando el diminutivo somos menos groseros?

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Las Gracias

Estaciono mi coche en el valet parking, me bajo y el encargado me abre la puerta, gracias joven. Le doy las llaves de mi coche y él me las intercambia por un boletito. Gracias.

Entro al restaurante donde me está esperando una señorita que me pregunta cuántos somos. Dos, gracias. Nos pide que la sigamos, nos indica una mesa y nos aclara que en un segundo llegará nuestro mesero, gracias. El mesero llega con los menús, gracias, nos pregunta qué vamos a querer de tomar: para mí una limonada…gracias. En un momentito les tomo la orden, dice, gracias, y se va. Escogemos nuestras respectivas comidas, regresa el mesero y nos toma la orden; yo voy a querer la ensalada y la arrachera…gracias. Recoge el menú de la mesa, enseguida se los traigo, gracias joven.

Minutos más tarde, regresa con una pequeña mesa que trae nuestra comida, nos pone el plato enfrente, cuidado que quema, sí, gracias. Terminamos de comer y regresa para preguntar si puede retirar el plato: sí, gracias. Le pedimos la cuenta y rápidamente coloca frente a nosotros una carpeta de piel negra, muchas gracias. Abrimos, revisamos que todo esté bien, dejamos nuestros billetes. El mesero recoge la carpeta: gracias. Dos segundos después nos la regresa con el cambio y dos caramelos, gracias.

Nos levantamos, tomamos nuestras pertenencias y nos aprestamos a salir. De salida, vemos a nuestro mesero o a la señorita que nos atendió en la entrada: ¡Hasta luego, gracias! No, ¡gracias a ustedes!